El joven ocioso

 

Dicen que en un pueblo vivía con su abuela un joven ocioso. La abuelita enviaba a trabajar a este joven a traer leña y trabajar la chacra Pero este joven ocioso no quería trabajo alguno, sólo tocaba su flauta y su bandurria, todos los días.

Por eso la abuelita, cansada de este joven, de alimentarlo y de vestirlo, un día lo echó de su casa.

Entonces el joven, enojado, se fue a las laderas, a las pampas; mientras decía: ¡que me coman los zorros y los cóndores en estos peñascos, en estas pampas!

El muchacho al llegar a la pampa se quitó la ropa, y tendido en el suelo yacía como un muerto.

Así estaba tirado como un muerto cuando unos cóndores empezaron a dar vueltas; luego se fueron posando uno, dos, tres y muchos más.

Dicen que desde tiempos antiguos los cóndores no comían animales muertos, sino hasta que llegaba su jefe; mientras tanto conversaban y hablaban.

Así se preguntaban dónde y qué problemas tenían. Un cóndor empezó a hablar diciendo: yo estoy viendo que en el pueblo de Yaku Hanay las aguas van por el medio de la plaza, abajo escondidas, y si los hombres escarbaran, saldrían las aguas.

Del mismo modo, otro cóndor levantando la mano dijo: yo también estoy viendo en el otro pueblo a una mujer viuda que está enferma, y al interior de su casa hay plata y oro escondidos en un porongo y la viuda no sabe que hay ese tesoro.

Este joven ocioso, que no era tonto, escuchaba atento las conversaciones haciéndose el muerto.

Mientras estaban hablando los cóndores llegó el jefe-cóndor y rápidamente se dispusieron a comer todos los cóndores, que estaban hambrientos.

Pero cuando uno de los cóndores se disponía a picar los ojos del joven ocioso, éste se levantó gritando muy asustado; entonces aquellos cóndores volaron asustados.

Habiendo espantado a los cóndores el joven ocioso se vistió rápidamente y se fue cargando su manta y su bandurria hacia el pueblo de Yaku Hanay .

Llegando al pueblo de Yaku Hanay subió al campanario de la torre y desde allí llamó a las autoridades, a los comuneros para que se reúnan en la plaza.

Todos los viejos, mujeres, hombres, jóvenes y niños se reunieron y el joven ocioso les dijo a todos: deberían darme a mí, vacas, ovejas, asnos, caballos, maíz, trigo, plata y ropa; porque yo puedo hacer aparecer agua aquí en medio de la plaza.

Los comuneros le dijeron: sí, te daremos vacas, toros y todo lo que quieras si haces aparecer agua. Todos empezaron a trabajar muy felices, excavando con aradores, lampas, picos y barretas.

El joven ocioso no había mentido, pues cuando excavaban, sudando, salió abundante agua y todos los hombres cansados bebieron las aguas felices como palomas.

El pueblo Yaku Hanay, agradecido por el agua, dio muchos regalos al joven y éste dijo: “Ahora sí voy a cantar y bailar, pero también voy a trabajar.

Así, el joven ocioso quedó convertido en un hombre rico con muchos animales, con mucho dinero y bien vestido. Entonces regresó muy feliz a su pueblo. A veces el joven decía: “Voy a ir al pueblo de la viuda para decirle del tesoro”; pero como ya era rico y tenía mucho trabajo, no salió de su pueblo.

CARMELÓN BERROCAL: narrador - pintor

PABLO MACERA - ROSAURA ANDAZÁBAL: recopiladores