POR QUÉ LOS SAPOS MIRAN AL CIELO
Antiguamente, antes que se descubriera el gran yacimiento de plata del Cerro de Pasco, esta ciudad aún no existía. Nadie vivía aquí. Era una hermosa puna con dos pequeñas lagunas azules, que siglos después los habitantes de Cerro de Pasco llamarían “Patarcocha de lavar” y “Patarcocha de tomar”, hasta que hace quince años se secaron. Había ahí también otra laguna, más extensa y de aguas más profundas, llamada Qiuliacocha, hoy convertida en charco pantanoso de aguas grises, muertas y envenenadas por los relaves mineros.
En aquel lejano tiempo, las tres hermosas lagunas estaban bordeadas por verdes totorales. En sus aguas abundaban peces, ranas, sapos y aves acuáticas como garzas, parihuanas, zarapitos, patos y los gansos andinos llamados guachguas o wallatas. Cerca de sus orillas crecían las puyas y quishuares, y de la Pampa de Junín subían grandes manadas de vicuñas y guanacos. Tampoco faltaban los zorros y pumas, que bajaban de los cerros de Uliachín en busca de cuyes silvestres, chinchillas y vizcachas.
A esas lagunas iba todos los años una bandada de patos zambullidores de plumaje en que se combinan a trechos siete colores: blanco, negro, verde, amarillo, rojo, beige y gris. Iban allá al comenzar la primavera, para anidar y criar sus polluelos hasta que a fines del verano alzaban el vuelo para retornar a sus lejanas tierras y aguas de origen. Esos patos eran muy sociables y en su lengua materna --¡cuac, cuac, cuac!-- se contaban unos a otros las aventuras que habían pasado meses antes en diferentes ríos y lagos.
En aquel tiempo los sapos también se comunicaban diciendo “cuac, cuac, cuac”, por lo cual entendían muy bien lo que se contaban los patos. Y ocurrió que a un sapito lo deslumbraron tanto sus historias que un día le pidió a uno de ellos que lo llevase a volar un rato. El pato aceptó, y pronto el sapito estuvo en el aire, montado en el lomo del ave, muy bien prendido de su largo cuello.
El sapito estaba maravillado de su aventura aérea y quería verlo todo, por lo cual iba señalando con una y otra mano:
--¡Allá, patito, allá! Vamos allá un ratito.
--¡Aquí, patito, aquí! Vuela aquí más despacito
--¡Allá, patito, allá! Llévame allá rapidito.
--¡Acá, patito, acá! Explícame qué es estito.
--¡Ahora, patito, sube un poquito!
Y tanto repitió el sapito sus pedidos y señalamientos que en una de ésas perdió el equilibrio y dando volteretas se vino abajo. No se mató gracias a que cayó en un totoral, pero se golpeó la cabeza y olvidó el lenguaje común de patos y sapos. Desde entonces, en vez decir ¡cuac, cuac! los sapos sólo pueden decir: ¡croac, croac, croac, croac!
Desde entonces, los sapitos descendientes del sapito volador abandonaron las lagunas de Cerro de Pasco cuando éstas comenzaron a contaminarse y ahora viven en el Lago de Junín. Esos sapitos salen del agua a la orilla, miran al cielo y recordando lo que les cuentan sus abuelos, cuando ven a los patos les gritan ¡croac, croac, croac! llamándolos desesperadamente para que les den una vueltecita volando. Pero los patos de ahora, como no les entienden, ni los miran y diciendo ¡cuac, cuac, cuac,! solitos se van volando...
Elmo Ledesma Zamora
(Relato popular cerreño)
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