EL PUMA
El puma es un animal típico del Perú, aunque está presente en toda América, desde Canadá hasta el sur de Argentina y Chile. Pero en el Perú su presencia no sólo es biológica, sino también cultural, pues nuestros más antiguos antepasados lo adoraron o temieron como a un dios o un demonio. Por eso, aparece representado en los monolitos, huacos y tejidos de los incas y de los pobladores de Chavín, Tiahuanaco y las ciudades mochicas y chimúes. Figura también en los nombres de muchos lugares, como Pomabanba (pampa de pumas) y Pomacocha (laguna de pumas), así como en el apellido Poma, porque los lejanos antepasados vieron en el puma su tótem, es decir, el ser del cual creían que descendía su estirpe. De la misma manera que en castellano existen los apellidos León y Gallo.
El puma es un animal muy parecido a los gatos. Como el jaguar, el tigre, el tigrillo, la pantera y otras fieras semejantes, pertenece a la familia de los felinos. Es decir, aunque es una especie diferente de las fieras citadas, tiene mucho en común con ellas, pues son como “parientes”. Lo mismo ocurre entre zorros, lobos y perros, que son especies distintas pero se parecen porque pertenecen a la familia de los cánidos.
En inglés al puma y sus parientes se les llama “big cats”, es decir, “gatos grandes”. En efecto, el puma es como un enorme gato que mide dos metros desde la punta de la cola a la nariz, y pesa en promedio setenta kilos. Su pelambre es de color parecido a la arena, con el lomo ligeramente más oscuro que la panza y la parte interna de las patas.
No vive en manada ni en familia, como los leones. El puma es un animal solitario y ni siquiera forma pareja con la hembra ocasional con que se junta una vez al año, en la corta temporada de celo. Por ello, la hembra es la que se encarga de criar a sus cachorros, así como de buscarles alimento después del destete, y de enseñarles a cazar.
Sus cachorros son generalmente dos, y se independizan antes del año, es decir, antes de la siguiente temporada de celo, para comenzar a vivir cada uno por su cuenta. Igual que sus padres.
Tiene los ojos amarillentos y oblicuos, rasgados: ojos de gato. Por eso puede ver perfectamente con muy poca luz, casi a oscuras. Si en una noche que para nosotros es totalmente oscura, sospechamos de su presencia y alumbramos con una linterna, lo descubrimos por el brillo de sus ojos que reflejan la luz. Igual que los ojos de los gatos y otros cazadores nocturnos.
Sus orejas son cortas y de puntas redondeadas, pero cóncavas, paradas y movedizas. Ante cualquier pequeño ruido, el puma se pone alerta y sus orejas se ponen tensas y viran hacia la dirección sospechosa, para escuchar mejor a fin de saber si hay alguna persona o animal moviéndose a cierta distancia. Y así se da cuenta si éste se acerca, se aleja o pasa hacia otro lado, y si es uno o son varios.
Su nariz, libre de pelo en la punta, siempre está ligeramente húmeda, a fin de percibir mejor los olores que le permiten identificar la presencia o las huellas del paso de otros animales o personas. Y también identifica así las marcas de territorio exclusivo que otros pumas hacen orinando sobre un árbol o una roca. Esto es importante saberlo, pues si ingresa en el territorio de su rival se expone a ser descubierto por éste, que lo atacará defendiendo su zona de caza.
Su vista, oído y olfato son muy superiores a los nuestros y a los de muchos animales. Esto le permite descubrir a sus víctimas desde gran distancia, de modo que con tiempo puede preparar su táctica de ataque o su emboscada. También puede así alejarse de sus enemigos mucho antes de que éstos puedan darse cuenta de que anda cerca.
Duerme de día, como los gatos. Para ello busca una zona alta y no transitada, pero siempre con una o más vías de escape. Suele guarecerse en una cueva o yacer a la sombra de una roca alta y algo inclinada. O se trepa a un árbol corpulento y descansa en una de sus gruesas ramas, desde donde permanece siempre alerta.
Al anochecer sale de caza y recorre diariamente entre diez y quince kilómetros buscando una presa, a la cual pueda sorprender en su guarida o cuando está pastando o va a beber a un río, laguna o manantial.
En la zona andina sus presas favoritas son los venados, tarucas, llamas, alpacas, vicuñas, guanacos y vizcachas. En la selva alta, los venados, sajinos y ronsocos. Por eso, esos animales de rato en rato se detienen y permanecen en absoluto reposo mientras que girando la cabeza de uno a otro lado tratan de identificar algún ruido u olor que llegándoles por el aire les revele la presencia demasiado cercana de su peligroso enemigo.
Cuando descubre una posible presa, generalmente el puma gana la partida porque como depredador es un animal astuto y poderoso, con cualidades especiales para la caza. Por eso, acecha con larga paciencia a su víctima, colocándose de modo que el aire corra de ella hacia él, nunca al revés, para que su olor personal no denuncie su cercanía. Mientras acecha a su presa va acortando la distancia que los separa. Para ello avanza casi arrastrándose -gateando- sin que su panza roce el suelo, porque eso haría ruido. Para ello también avanza con las patas bien separadas y moviéndolas lenta y suavemente una por una para evitar que al quebrar una ramita o mover unas hojas o piedras haga algún pequeño ruido, ante el cual su desconfiada víctima por precaución huiría de inmediato. Si todo le sale bien y ya está a unos diez o quince metros se levanta y corre velozmente hacia su presa o salta sobre ella desde unos dos metros de distancia. De preferencia le salta al cuello, para asfixiarla o romperle la arteria yugular a fin de desangrarla en menos de uno o dos minutos.
Pero a veces escasean sus presas favoritas, por la sobrecaza o la cercana presencia de los hombres. Entonces el puma tiene que cazar cuyes silvestres, sapos, ratas y uno que otro pájaro, especialmente los pichones o los huevos de un nido solitario o abandonado a prisa ante su aterradora presencia. Pero eso no le satisface, y diríamos que hasta le resulta humillante. Entonces se vuelve un depredador dañino y peligroso para la gente pues puede atreverse a atacar a una persona en lugares desolados, especialmente a los niños, y se acerca a los corrales de las casas de los campesinos, para intentar llevarse cargado un cabrito o un cordero o matar para comerse en el lugar a un animal más grande o a varias aves de corral.
El ganado siente su cercanía y comienza a agitarse y ladran los perros, que generalmente no se atreven a acercársele cuando están solos. Los campesinos se despiertan y salen a hacerle frente si tienen un arma de fuego o si son varios adultos con garrotes. Pero entretanto el puma huye a los cerros con la presa, cargándola con sus poderosas mandíbulas.
Los perros corrientes no se atreven a atacarlo, limitándose a ladrarle y a perseguirlo de lejos nomás, y retroceden ladrando si la fiera les hace frente. Esta experiencia engaña al puma, que, por hambre, volverá al mismo lugar o uno cercano una próxima noche. Pero ahora los campesinos ya están preparados esperándolo. Inclusive éstos a veces guardan a los perros dentro de las casas y les ponen bozal para que no ladren al sentirlo, para que el puma se confíe. Si la fiera se acerca a un corral, el ganado se agita, las vacas mugen, los caballos relinchan, las ovejas y cabras balan y en el gallinero hay un alborotado cacareo, mientras los perros amordazados se agitan intranquilos. Entonces sus amos los desatan y salen a enfrentar a la fiera con escopetas, palos y hondas. Y aun así el puma no cae fácilmente, pues se retira prudentemente ante el menor ruido sospechoso. Regresará otra noche, dentro de muy poco. Si huele la presencia de hombres escondidos en los corrales, no se acerca al lugar y busca otro corral alejado, y entonces quizá vuelva a causar daño. Y así, el hambre y la confianza en sus habilidades lo llevan a persistir en volver a los corrales, hasta que una de esas noches por fin cae en la trampa y pierde la vida.
Elmo Ledesma Zamora
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