IVÁN, EL CUSQUEÑO

Ese año llegó a nuestra escuela un alumno nuevo. Era del Cusco y se llamaba Iván La Torre Cusihuamán. Los dos primeros días estuvo muy callado, se aislaba, y entonces los demás -que nos conocíamos desde primer grado- tampoco nos juntábamos con él. Al tercer día varios nos que4damos en el patio, después de clases, para jugar el clásico partido de fulbito entre las dos secciones de cuarto grado. Y como nos faltaba un jugador, le pregunté cuando ya se iba:

-Oye, ¿allá en tu tierra saben jugar fútbol?

Le hice la pregunta de buena fe, pues entonces nada se sabía en Lima de la existencia de club Cienciano que tanto brillaría años después. Ninguno de nosotros conocía el Cusco. Pensábamos que era una ciudad con casas del tiempo de los incas, y que toda la gente vestía ponchos, chullos, polleras, llicllas y monteras. En mi imaginación infantil, las cusqueñas se pasaban el día hilando con su huso mientras los varones tocaban quena, mientras marchaban trotando detrás de sus llamas delante de las enormes rocas de los muros de la fortaleza de Sacsayhuaman u Ollantaytambo, según habíamos visto en nuestros textos escolares y en cuadros que vendían en las ferias navideñas.

Algunos, que sí conocían la ciudad, se rieron, e Iván, muy serio, me contestó que sí, que en el Cusco se jugaba fútbol, y buen fútbol, y que él también sabía jugar, aunque… sólo un poquito. Entonces, para probarlo y como peor es nada, lo pusimos atrás, como defensor.

Comenzó el partido y al poco rato, de pronto, los chicos del Cuarto “B” nos hicieron un gol “zonzo” por culpa del cusqueño, quien se dejó quitar fácilmente la pelota y después se confundió y se la pasó a un jugador contrario que nos metió otro gol. ¡Caramba!... ¡Apenas comenzaba el partido y ya íbamos perdiendo dos a cero!

-¡Vaya defensor! ¡Qué mal que juega el cusqueño! ¿Y a eso le llaman buen fútbol? -rezongaron algunos con risas burlonas mientras los demás lo miraban serios, molestos.

Reiniciamos el juego y, ahí nomás, vimos asustados que el gordo Florencio corría con la pelota y le daba un patadón que la mandó hacia nuestro arco, sorprendiendo al arquero que estaba distraído. Pero, súbitamente Iván se interpuso, paró la pelota con el pecho, la resbaló a sus pies, y comenzó a correr llevándosela, avanzando moviendo los brazos balanceándose, zigzagueando, hacia el campo contrario.-¡Pásala, cusqueño, pásala, pásala! -le gritábamos, pero él no nos hizo caso y se fue solito, solito, con la pelota como pegada a sus pies, cabreando a uno y otro has que, de pronto… ¡Goool, Gool!.... ¡Gool!... gritamos riendo, saltando, abrazándonos.

Naturalmente, de inmediato lo pusimos de delantero. Siguió el partido, y al poco rato me hizo ujn pase y yo disparé al arco, pero un defensor la re rechazó hacia arriba y, entonces vimos a Iván cómo salaba en el aire, se retorcía para impulsarse como un resorte, y daba un recio cabezazo a la pelota que pasó por encima de todos y entró limpiamente en el arco contrario dejando parado al arquero. ¡Qué golazo, señor, qué golazo! ¡Vaya, vaya, con el cusqueño!

Ahora, al verlo tan serio, con sus cuadernos limpios y al día, escuchando con tanta atención, participando tan entusiastamente en los diálogos del trabajo grupal, ¡quién pensaría que es nuestro mejor amigo , un buen alumno y el mejor jugador de fútbol de nuestra escuela? Nos ha enseñado a bailar huaino, tocar quena y un poco que quechua o runasimi. Gracias a él hemos aprendido mucho acerca de la bella capital del Tahuantinsuyo. Nos dijo también que algunos quechuistas dicen que el idioma de los incas tiene cinco vocales, mientras otros dicen que tiene tres, y que por eso ahora hay polémica sobre si el nombre de la ciudad debe escribirse Cuzco, Cusco o Qosqo. Pero, como él dice, eso no es tan importante. Lo importante es conocer, admirar y amar esa bella ciudad.

Elmo Ledesma Zamora