EL CÓNDOR

Un día apostó el cóndor y dijo:

-Yo puedo tapar el sol.

Y se fue volando a cumplir su deseo.

El día acaba de empezar. La gente se había despertado. Unos preparaban el desayuno, otros barrían las calles y sus casas, algunos encendían los motores de sus autos y ¡zas! al trabajo, a la escuela, al mercado; cuando de repente comenzó a oscurecer y a hacerse de noche. Entonces todos dieron marcha al revés diciendo:

-¡Uy, cómo nos hemos equivocado! Es de noche y tenemos que ir a dormir.

Algunos prendieron sus televisores, potros se fueron al cinema y en lugar de tomar el desayuno sirvieron la comida. Todo el mundo pasó en un ratito del amanecer a la noche más oscura.

El cóndor, con las alas abiertas frente al sol, ni se movía. Claro que era una hermosa y gigante ave de plumas blancas cuando pasó esta aventura.

Él sentía cierto olor a chamusquina, como si algo se quemase en las alturas, pero no le dio importancia. Y se decía:

-Junto al sol tiene que ser así.

Y claro, de tanto estar con las alas extendidas se cansó, dio una voltereta diciendo al sol:

-¿No ves? ¡Te gané! Y se fue lentamente a descansar en la más alta montaña andina, donde él vivía.

Entonces volvió a aclararse el día, y la gente asombrada decía:

-¡Uf, qué día! ¡Pero que día tan raro! ¿No nos íbamos a acostar? ¿No era ya de noche? ¿Qué hacemos?

Todos empezaron a sacar los autos del garage, y otra vez los chicos al colegio, las mamás al mercado, los papá a las oficinas y todo lo demás. Felizmente, tuvieron que darse otra voltereta, porque eran las cinco de la tarde y el sol caía lentamente al mar.

El cóndor se volvió negro, negro, negro, con un anillo blanco en el cuello, para recordar a todos esta linda aventura.

Rosa Cerna Guardia