LOS TANGANEROS DEL TICUATIMANU

Eran las cuatro de la mañana. Los tres viajeros, venidos de Ica a conocer Madre de Dios, habían sido citados a orillas del río Ticuatimanu, de donde partirían en canoa hacia el interior.

La mañana estaba todavía oscura cuando alguien les pasó la voz y les indicó subir a la canoa. Cuando ya todos estaban sentados, la canoa empezó a deslizarse suavemente por el río.

Los viajeros iban recordando que la noche anterior los habitantes del lugar les habían contado acerca de la selva y sus peligros, advirtiéndoles que el Ticuatimanu -más conocido como Río de las Piedras- es muy traicionero pues en sus turbulentas aguas existen muchos remolinos y bancos de arena que sólo conocen los expertos tanganeros de la región.

Al cabo de un rato, uno de los viajeros, llamado Raúl, exclamó:

- ¡Miren, amigos, quién es nuestro tanganero! ¡Un niño!

- ¿Cuántos años tienes?-, preguntó Rosa, otra de las visitantes.

- Diez-, contestó el pequeño tanganero.

- ¡Diez años! ¡Increíble!-, volvieron a exclamar.

- ¿Cómo te llamas?

- Pedro Shapiama.

"Pedro debe de ser el hijo del tanganero", pensaron los viajeros. Pero cuando voltearon a mirar quién era el otro tanganero, su sorpresa fue mayor: ¡otro niño manejaba la tangana de popa!

Era Manuel, el hermano menor de Pedro, de sólo nueve años. "Son niños aún, y ya dominan su mundo", comentaron los tres.

La fama del río Piedras los inquietaba ahora más, por la corta edad de los tanganeros. Pedro, el responsable del manejo de la canoa, por momentos hacía esfuerzos para mantener en ruta la ligera embarcación que constantemente era arrastrada por la correntada.

Más tarde llegaron a un estrecho donde las muyunas abundaban; estaban en uno de los lugares más peligrosos.

-Tenemos que ayudar- sugirió Pancho.

Los niños conversaban en su idioma nativo y sonrieron mirándose de reojo.

-No, señor, poco falta ya- le respondieron.

-Se ríen de nosotros- comentó Raúl.

-Observen los remolinos- gritó Pancho, temeroso.

Pedro el Tanganero ya había advertido la presencia cercana de un enorme remolino y, en su afán de escapar, no se percató de un banco de arena contra el que chocaron violentamente haciéndoles perder el equilibrio a todos, y Manuel cayó al agua.

-¡Detén la canoa, Pedro!- gritó Raúl, mientras se quitaba los zapatos para tirarse al río. Pedro se lo impidió.

-¡No, señor! ¡No, señor!- decía enérgico.

-Manuel es un niño, no debemos permitir que se ahogue; lleva la canoa a la orilla, ¡apúrate!- volvió a ordenar Raúl.

Rosa gritaba desesperada, Pancho trataba de hacer un lazo para tirárselo a Manuel, pero el niño estaba ya muy lejos.

Pedro seguía con su actitud serena y segura impidiendo a los dos hombres que se tiren al río.

Al fin, Pancho dijo:

-Lo mejor es calmarnos y dejar a Pedro; él sabe lo que hace.

Una vez que la canoa orilló, avanzaron por la trocha tratando de acortar la distancia; cuando llegaron a la altura en que Manuel se encontraba, vieron a éste que no luchaba, se dejaba arrastrar por la muyuna y mantenía su cabeza erguida; el círculo de la muyuna se iba cerrando poco a poco, y Manuel seguía acercándose más y más a la muerte. Cuando llegó al centro, tomó aire, y dando un salto desapareció.

Ya no había nada qué hacer y todos lloraban.

Pero minutos después, ante la sorpresa general, desde las profundidades emergió Manuel. Todos se restregaban los ojos, no lo podían creer.

-No puede ser, grandísimo muchacho. ¡No lo puedo creer!- repetía Raúl.

Corrieron a darle alcance y todos lo estrechaban entre sus brazos mientras Manuel explicaba:

-A la muyuna no hay que tenerle miedo, señor. Si nos agarra, de nada vale luchar. Sólo queda esperar el momento oportuno, tomar bastante aire y dejarse tragar de pie, luego aguantar hasta que la cola de la muyuna termine en el fondo del río.

"Nueve años y con músculos y nervios de acero", pensaron para sí los tres viajeros.

Emocionados aún, y sin mayores comentarios se embarcaron nuevamente.

Un mundo difícil les aguardaba, pero ellos ya conocían el valor de los niños de nuestra selva. Los pequeños tanganeros merecían toda su confianza.

ÁUREO SOTELO