PELEA DE HERMANOS
Un sábado en la mañana, Gerardo y su hermano menor se pelearon feamente. Sus amigos nos dimos cuenta porque cuando fuimos a buscarlos notamos que no se hablaban.
Como yo tengo más confianza con Gerardo, le pregunté qué había pasado. Para mi gran sorpresa, no recordaba exactamente por qué era la pelea ni cómo había comenzado.
Insistí y me dijo que quizás en algún momento le hizo a su hermano un gesto descortés o no le hizo caso, no le prestó atención. O tal vez le respondió de mala gana. O se burló o no quiso prestarle algo, o no deseaba jugar. No sabía. Lo había olvidado. Pero sí recordaba que a sus palabras siguieron con dureza las de Gerardo y tras éstas con mayor dureza las suyas.
Todo comenzó --estaba seguro-- por alguna cosa sin importancia, una tontería. Pero esa pequeñez se hizo grande rápidamente. Las palabras, gestos y ademanes los distanciaron hasta abrir entre ambos una honda zanja. Era como si cada cosa que decían los empujase a un tobogán, sin que pudiesen retroceder.
Pasaron las horas y se sentaron a almorzar sin hablarse. Fueron horas negras para ambos. Cada uno iba por su lado, la cara larga, evitando cruzarse, como dos fieras encerradas en una misma jaula.
Felizmente, en la tarde, Gerardo le dijo a su hermano: “Oye, ¡dejémonos de tonterías! No podemos seguir así todo el día. Yo no tenía la razón. La tenías tú ¡Discúlpame, hermano!”.
Gerardo sonrió radiante, feliz, y exclamó: ¡No hermano, fui yo quien no tenía la razón. Perdóname!
Y salieron a jugar con todos nosotros.
Elmo Ledesma Zamora