KILLINCHU Y LAS TRES LLAMAS
Cuentan los pastores de la pampa de Junín y la puna de Pasco que, en tiempo de los tatarabuelos de los bisabuelos de sus abuelos, vivía por las alturas de Óndores un hombre llamado Puca Amaru con su esposa Yurac Coillur y su pequeño hijo Killinchu.
Dicen que cierto día se produjo una tormenta que comenzó con una gran granizada seguida de muchos rayos, uno de los cuales mató a Puca Amaru, a su esposa y a una enorme y hermosa llama negra del rebaño familiar.
El pequeño huérfano Killinchu fue recogido por unos vecinos, quienes lo criaron como a hijo. Pasó el tiempo, y un día el niño vio cerca de la casa tres enormes y hermosas llamas: un macho y dos hembras. El macho tenía pelaje rojizo con grandes manchas blancas y grises. Una de las hembras era gris claro con algunas partes muy blancas. Y la otra era completamente negra.
Eran llamas silvestres, sin dueño, pero extrañamente paraban detrás de la casa y dejaban acercarse al pequeño Killinchu, quien comenzó a corretearlas y a jugar con ellas.
Siguió pasando el tiempo, y las tres extrañas llamas silvestres no dejaban de acercarse diariamente a la casa de Killinchu, pero sin dejarse atrapar ni encorralar. Era evidente que en todo momento preferían su libertad, pero, la gente de los alrededores observó que las tres llamas solían pasar la noche en el corral abandonado de la antigua estancia destruida por los rayos que mataron a los padres de Killinchu.
Y llegó un año en que el invierno fue especialmente severo, pues hubo muchas granizadas, lluvias y una espesa neblina. Las tres llamas silvestres --la rojiza, la blanca y la negra-- estuvieron más cerca que nunca de la casa de Killinchu, quien se encariñó con ellas, pero de modo especial con la rojiza y con la blanca, que además le mostraban especial afecto, y a las cuales bautizó como Puca llama y Yurac Llama, respectivamente.
Fue en ese tiempo cuando un día, casi al amanecer, un enorme puma de pelaje amarillento comenzó a perseguir al trío de llamas. Al ver esto, el pequeño y valiente Killinchu se desesperó y corrió tras el puma arrojándole piedras con la honda de siete colores que años atrás Yurac Coillur había tejido para Puca Amaru.
La persecución a través de la pampa donde se halla la laguna de Chinchaicocha duró toda la mañana. Al mediodía, al llegar a las alturas de Colquijirca, la llama blanca -desesperaba al notar que el puma la iba a coger- se metió en una profunda cueva, cuya entrada se derrumbó, dejándola así mortalmente aprisionada.
Las otras dos llamas continuaron huyendo del feroz y enorme puma amarillento, que a su vez era perseguido de cerca por el audaz e infatigable Killinchu, quien no dejaba de arrojarle piedras con su honda de siete colores.
A media tarde, al llegar a los cerros de Uliachín, en las alturas de Pasco, la llama de pelaje rojizo con manchas blancas y grises, para distraer al puma a fin de que no atrapara a la llama negra, se metió en las frías aguas de la laguna de Quiulacocha. El feroz puma detuvo un instante su persecución, creyendo que la llama rojiza tendría que salir para no morir atrapada en las pantanosas aguas cubiertas de escarcha, pero la llama rojiza se adentró aun más en las frías aguas y sin dar un quejido se hundió y desapareció en el pantano.
El puma, asombrado por el comportamiento de la llama rojiza, y asustado por la cercanía del infatigable Killinchu, reinició la persecución de la llama negra. Cuando llegaron a los cerros de Goyllarisquizga, la hermosa, enorme y cansada llama negra resbaló y cayó a un precipicio provocando un derrumbe de rocas y tierra que la sepultó.
Así explicaban los antiguos junienses y pasqueños el origen de los tres grandes y famosos yacimientos mineros de la zona andina central: el de plata en Colquijirca al extremo norte de la Pampa de Junín, el de carbón en Goyllarisquizga, y el de Cerro de Pasco, donde se mezclan el cobre, la plata, el plomo y el zinc.
¿Y qué pasó con Killinchu?
Cuentan que tras la muerte de la llama negra, el puma amarillo comenzó a correr de nuevo, por temor a las piedras que con su honda le arrojaba Killinchu, cuya puntería se iba afinando conforme se acercaba a la fiera. Dicen que el puma huyó subiendo a la cordillera al ser herido por las pedradas, y que Killinchu subió tras él. Pero el valiente niño no podía usar ahí su honda por lo escabroso del camino y la falta de piedras sueltas, por lo cual se enfrentó al puma con un garrote. Killinchu pudo por fin matar a la fiera que con su persecución había causado la muerte de sus tres queridas llamas, pero el puma de un zarpazo lo dejó herido.
Killinchu, sintiéndose débil y cansado, se sentó al pie de una roca para descansar antes de iniciar el retorno. Pero la noche había llegado, comenzó a soplar un fuerte viento que silbaba en las rocas y levantaba como polvo la nieve, hasta que estalló una tormenta y Killinchu -como sus padres- murió al ser alcanzado por un rayo. La nieve cubrió sus restos y éstos se convirtieron en un yacimiento de oro que los mineros de la zona buscan desde hace siglos. Los pastores de la zona cuentan, sin embargo, que algunas veces, en el verano, cuando el sol derrite parte de la nieve de la cordillera, desde las alturas de Goyllarisquizga se divisa en lo alto de la cordillera el brillo dorado de los restos del valiente Killinchu.
Elmo Ledesma Zamora