LAS 70 ALPACAS
O SUMAS Y DIVISIONES DE UNOS PASTORES
Tres hermanos discutían sobre cómo dividirse el rebaño de setenta alpacas que les había dejado en herencia su padre. Entonces pidieron ayuda a un anciano pastor vecino que tenía fama de saber hacer bien las cuentas.
-Nuestro padre -dijo el mayor- decidió dejarme la mitad del rebaño de 70 alpacas. Me corresponden, pues, 35 alpacas.
-A mí me dejó en herencia la tercera parte, es decir, me tocan veintitrés alpacas y un tercio, dijo el segundo.
-Y a mí me tocan ocho alpacas y tres cuartos, pues papá me dejó un octavo del rebaño de setenta alpacas, dijo el tercero.
-No vemos cómo solucionar el problema, pues no queremos matar ninguna alpaca para dividirla en tercios y cuartos. ¡Ayúdenos a resolver este problema y se lo sabremos pagar!, le dijeron los tres hermanos al anciano.
-¡Bueno, yo les resolveré el problema! Para eso, les prestaré un rato dos alpacas mías. Así, ahora tienen un rebaño de 72 animales. Cumpliremos el testamento al pie de la letra. Si sobra una alpaca, me la darán en pago. ¿Aceptan?
Algo incrédulos, los hermanos aceptaron. Entonces el anciano, dirigiéndose al hijo mayor le dijo: “A ti te toca la mitad de las setenta y dos alpacas, es decir, treinta y seis.”
-¿Treinta y seis? ¡Excelente! -exclamó el hijo mayor, que esperaba recibir sólo treinta y cinco.
Luego le dijo al segundo: “A ti te tocan veinticuatro alpacas, que es la tercera parte de las setenta y dos. ¿De acuerdo?”
-¿Veinticuatro? ¡Claro que acepto! Si antes me tocaban sólo veintitrés y un tercio, dijo el segundo hijo.
Y dirigiéndose al menor, el anciano le dijo: “La octava parte de setenta y dos es nueve. ¿Las aceptas?”
-¿Cómo no voy a aceptar nueve, si antes me tocaban sólo ocho y tres cuartos?, dijo el menor.
Contento de haber repartido el rebaño de setenta alpacas cumpliendo el testamento y sin descuartizar ningún animal, el anciano pastor retiró las dos alpacas que había dado en préstamo minutos antes.
Por su parte, los tres hermanos se sentían muy felices, pues cada uno había recibido más de lo que le tocaba al principio.
Y como, extrañamente, aún quedaba libre una alpaca, los hermanos se la dieron en pago al anciano sonriente, pero se quedaron rascándose pensativos la cabeza.
ELMO LEDESMA ZAMORA