COLÓN Y LA ENVIDIA

La llegada Cristóbal Colón a América fue muy importante para nosotros y los europeos, por sus consecuencias políticas, económicas, sociales, científicas y culturales.

Con ella se demostró la redondez de la tierra, se conoció su verdadero tamaño y se abrió una ruta oceánica que posibilitó innumerables descubrimientos astronómicos, geográficos, botánicos, zoológicos y mineralógicos.

América fue un botín para España primero, y mucho después y en menor escala también para Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda. Apenas asentados en nuestro territorio, los conquistadores españoles comenzaron a enviar a España grandes cantidades de oro y plata que saqueaban de las huacas y templos aztecas, mayas e incaicos. Luego enviaron allá toda la producción de las ricas minas de oro y plata de México, Ecuador, Perú y Bolivia, donde los aborígenes eran obligados a trabajar como esclavos.

Esto produjo el súbito enriquecimiento del rey y muchos poderosos de España, país que así se convirtió en potencia mundial. Todo gracias a Colón.

Sin embargo, muchos sentían envidia, triste defecto de las personas que no perdonan a quien es, puede o hace lo que ellas no son, ni hacen ni pueden. Los envidiosos decían que era un ambicioso, que quería hacerse Rey de América, y que no tenía mérito alguno pues su descubrimiento había sido casual. En lo de casual tenían razón, pues Colón, en realidad, se tropezó con nuestro continente al tratar de inaugurar una ruta marítima entre España y Asia sin rodear África. El 12 de octubre de 1492 Colón creyó que había llegado a la India, en Asia, y llamó “indios” a sus pobladores. Pero eso no le quitaba el mérito de su descubrimiento.

Como muchas personas contentas con lo que son y hacen, Colón andaba siempre tan ocupado con sus propios pensamientos que no se daba cuenta de que era víctima de la envidia. En sus tres viajes a América había descubierto lo que después se llamarían Cuba, Puerto Rico, Jamaica, Haití, Venezuela, Colombia, México, Nicaragua y Panamá. Para los envidiosos cortesanos del palacio real de Madrid, eso era mucho descubrir para un solo hombre. Entonces decidieron cortar su carrera y le prohibieron viajar de nuevo. Sí, le prohibieron viajar, para que no descubra más territorios.

Colón al principio no se daba cuenta de las intrigas de los envidiosos. Y es que él nunca pensaba mal de la gente y siempre estaba dedicado a sus estudios y asuntos personales. Cuando alguien le contaba que ciertos cortesanos hablaban mal de él, apenas podía creerlo, pues no entendía por qué lo odiaban.

Pero un día, en un banquete en el palacio real, quedó asombrado al ver que hombres y mujeres que se decían sus amigos aprovechaban la presencia del rey y mucha gente importante para decir que cualquier día cualquier navegante extraviado habría arribado al nuevo continente. Además, en vez de bautizar a éste como "Colombia" (Tierra de Colón), lo que habría sido normal en esa época, comenzaron a llamarlo América, porque un geógrafo llamado Américo Vespucci acaba de publicar el primer mapamundi con el nuevo continente.

Hastiado de esa injusta y absurda situación, Colón tomó la palabra y todos callaron y lo miraron, pocos con atención y muchos con una sonrisa burlona.

Colón cogió un huevo de la mesa real y preguntó a todos:

--¡A ver! ¿Quién puede parar de punta este huevo?

Uno tras otro todos intentaron pero ninguno lo logró. Entonces Colón volvió a coger el huevo, lo golpeó suavemente para resquebrajarle la punta. y así fácilmente lo paró en la mesa.

-¡Así, cualquiera...., eso lo hace hasta un niño...., exclamaron varios.

Y Colón, que esperaba esa reacción, replicó --¡Claro, cualquiera…, hasta un niño... después que han visto al primero.

Todos entendieron la indirecta. Unos agacharon la cabeza, otros se sonrojaron, la mayoría disimuló y algunos se enfurecieron, mientras Colón se alejaba para irse a leer y soñar con nuevos viajes. No sospechaba que sus detractores intrigarían hasta sacarlo de palacio para tomar los cargos de gobernadores, virreyes, almirantes, geógrafos y consejeros y expertos en asuntos de “América”. Ante tamaña injusticia, el rey, por temor a Colón, se hacía el ciego y sordo. Algunos buenos frailes le aconsejaban escribir un libro contando lo que ocurría, pero él nunca quiso dedicar tanto tiempo a sus enemigos, seguro de que la historia le haría justicia. Por eso, en sus escritos, sólo de vez en cuando hay uno o dos párrafos donde nombra a sus detractores y señala con ironía cómo lo envidiaban, le robaban sus ideas y al mismo tiempo le negaban méritos.

Colón murió en la miseria e ignorado. Sólo comenzó a volver a hablarse de él con motivo del primer centenario de su descubrimiento, en 1592.

Elmo Ledesma Zamora

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