TRABAJANDO Y ESTUDIANDO EN LA PARADA
En Lima, al lado del gigantesco mercado mayorista conocido como La Parada, hay una pequeña escuela. La mayoría de sus alumnos son niños y adolescentes de los cercanos cerros San Cosme y El Pino. Otros viven en lugares alejados, como El Agustino y Villa El Salvador, de donde van a la escuela en ómnibus o microbús.
Por lo general, son niños de la sierra. Muchos hablan quechua y cada día aprenden más castellano. A veces el profesor o la profesora tiene que valerse de uno de ellos, para dialogar con los padres, quienes se expresan mejor en quechua.
La mayoría de padres tiene que ir muy temprano al mercado para comprar la verdura o fruta que revenden al menudeo por los alrededores. Esto da al hermano o hermana mayor la responsabilidad de realizar las tareas diarias del hogar.
Los niños trabajan también por las tardes, después de clases. Lo hacen en forma independiente o ayudando a sus padres en las actividades que éstos realizan.
De todos estos niños, cuya realidad es semejante, me viene a la memoria uno de ellos... Jacinto, de trece años, que cursaba el sexto grado y estaba ansioso de estudiar secundaria.
Jacinto iba a la escuela, después de atender a sus hermanos menores y conducir a la más pequeña al lugar donde trabajaba su mamá. Muchas veces el tiempo no le alcanzaba y no podía desayunar.
A la una, terminadas las clases, Jacinto y sus hermanitos se iban a almorzar con su madre donde ésta trabajaba. Por la tarde, Jacinto cogía una caja con cigarrillos, caramelos, galletas y chocolates y se iba a venderlos por las calles.
Las tareas que no había podido terminar en clase, Jacinto las hacía en las noches, hasta que el cansancio lo rendía. Junto con sus hermanos recibía la frugal comida que le servía su mamá y por fin llegaba el merecido descanso.
El domingo era el día preferido de Jacinto. Ese día, en la tarde, con sus amigos del barrio, jugaba fútbol en la calle. En el suelo pintaban el arco y las marcas del campo, como habían visto hacerlo a los mayores.
Todos querían patear la pelota, y de pronto, zas, se iniciaba el partido. Jacinto estaba feliz, olvidado del cansancio de todos los días.
Luz Mercedes La Torre