EL TUCÁN
Uno de los pájaros más hermosos y típicos de nuestra Amazonía es el tucán. Pero no es exclusivo del Perú. Vive en las selvas americanas desde el sur de México hasta Paraguay. Hace 500 años también abundaba en las islas del Caribe, por lo que Cristóbal Colón llevó a España varios ejemplares como obsequio para los Reyes Católicos. Es decir, ya entonces comenzaron a ser depredados.
Existen más de cincuenta especies, de las cuales diecisiete viven en el Perú, que lamentablemente están sieno casi exterminadas. Los hay de varios tamaños. Tan pequeños como una paloma cuculí, y casi tan grandes como una gallina.
Su plumaje suele ser negro brilloso en el cuerpo y las alas. En el pecho y el cuello es de intenso color rojo, amarillo, azul, celeste o blanco, según sus diversas variedades.
Sus patas -cubiertas de escamas negruzcas, grises, azules o amarillentas- tienen dedos largos y fuertes, para sujetarse a las ramas de los árboles.
La característica más notoria del tucán es su pico. Es casi tan largo como su cuerpo y en su base casi tan ancho y alto como su cabeza. No es un pico recto terminado en punta, sino como el del loro pero muy alargado. Su color de fondo es oscuro o claro como hueso, y siempre está adornado con rayas y manchas de colores y formas diversas. Es un pico enorme, pero de poco peso y paredes delgadas con filos algo afilados, perfectamente adaptado para comer frutas suaves.
Al tucán le gusta mucho la palta, la lúcuma, la uvilla, el ungurahui y muchas otras frutas que abundan en la selva. Pero verlo comer una papaya es un espectáculo divertido: pica la fruta, levanta luego con ímpetu el pico y entreabriéndolo traga de golpe el jugoso trozo que rebanó con su filudo pico. Y de rato en rato lanza hacia arriba un bocado que dando vueltas caerá luego en su entreabierto picazo, sin que uno sepa si lo hace así para no atragantarse o simplemente por juego o por exhibicionismo.
Siempre sabe el tucán cuándo va a llover, y lo anuncia desde media hora antes emitiendo su canto o chillido, a ratos agudo, a ratos ronco. De pronto, en medio de un calor abrasador, echa hacia atrás la cabeza y abriendo hacia el cielo su enorme pico espera acezando la lluvia, cuyas primeras gotas caerán en un minuto.
Elmo Ledesma Zamora