EL GIGANTÓN CABELLUDO
Hace muchos años un campesino llamado Tadeo compró, por unos pocos centavos, un lote de terreno.
-¿Y por qué te salió tan barato? - le preguntó maravillada Luisa, su mujer. ¿Estás seguro de que esto no nos va a traer problemas?
- Seguro que no - contestó Tadeo. Esta tierra es buena y nos pertenece a nosotros, sólo a nosotros...
-¡Querrás decir a mí¡- gritó una voz detrás de ellos.
Luisa y Tadeo se dieron la vuelta sobresaltados. Y cuál no sería su asombro al ver junto a ellos a un gigantón cabelludo. Estaba furibundo, una nariz redonda y colorada como una betarraga, las cejas enmarañadas y las orejas largas puntiagudas.
Los cabellos, erguidos como las púas de un erizo, parecían una telaraña. Vestía un pantalón andrajoso, sostenido por piolas. Por los agujeros de su ropa asomaban las rodillas y los codos peludos y sus brazos eran los mas largos que jamás se hayan visto.
-¡Lárguese de mi tierra!- gritó con voz estridente, mientras movía sus brazos como las aspas de un molino.
-¿Su tierra? -preguntó Tadeo.
- Si, mi tierra, heredada de mi padre gigantón.
- Usted no hablará en serio - replicó Tadeo. - Este terrenito acabo de comprarlo yo.
- ¡Lárguese! - gritó nuevamente el gigante, pataleando con furia - Yo estaba aquí antes que usted.
- Aquí estoy y aquí me quedo - dijo Tadeo - . Esta tierra es mía.
Entonces intervino Luisa:
- Quizás hay una solución, Tadeo. Tú siembras y luego compartimos la cosecha con el gigante.
Tadeo no veía muy claramente lo que se podía lograr con ese arreglo.
Pero luisa añadió enseguida:
- ¿Cuál mitad de la cosecha quiere usted, gigante? ¿La de encima o la de abajo?
- ¿La de qué?
-¿Quiere usted quedarse con la parte que crece encima de la tierra o con la que crece debajo? ¿Cuál de las dos prefiere? Escoja, pues.
-Tomaré la de encima - contestó riendo burlonamente -. ¡Ustedes se quedarán con las raíces!
Entonces Tadeo y el gigantón cabelludo sellaron el pacto golpeándose las palmas de las manos y el gigante se marchó.
- ¡Magnífico ¡ - dijo Luisa -. Sembraremos papas.
Después de arar el lote Tadeo sembró papas. Quitó las malezas con el azadón y cuidó de los sembríos . Al momento de la cosecha el gigantón cabelludo volvió para reclamar su parte.
- ¡Ah, aquí esta usted! - dijo Tadeo -. Tome todo lo de encima que es suyo: lindas hojas verdes que no sirven para nada; pero, en fin, son suyas.
- ¡ Eso es una pillería! - gritó el gigante -.¡Usted es un tramposo!
- Un pacto es un pacto, gigante. Ahora, tome usted sus hojas y váyase.
- ¿ Y que quiere usted para el próximo año? - preguntó Luisa -¿Tallos o raíces?
- ¡Raíces, desde luego! La próxima vez ustedes se comerán los tallos.
Dicho esto, el gigante cabelludo desapareció.
- ¿Y ahora, qué haremos? - preguntó Tadeo a su mujer.
- Sembramos habas, querido. El gigante se llevará las raíces, si quiere.
Luego de sacar todas las papas y dejar lista la tierra, Tadeo sembró habas. Semanas después, salieron las plantitas. Y cuando llegó el gigante cabelludo a buscar su parte de la cosecha, la parcela era una espesa alfombra verde - azulada ondeando bajo el sol y el viento.
- Bueno - dijo Tadeo - para mi los tallos, para usted las raíces.
El gigante gritó enfurecido:
- ¡Otra vez me engañaste sinvergüenza! Te voy a ...
Usted no me va hacer nada - contestó Tadeo - el pacto tiene que cumplirse.
- De acuerdo, hijo, has ganado. Pero el próximo año sembrarás cebada. Y compartiremos la cosecha de la siguiente manera: tu empezarás por este lado y yo por este otro. Cada uno se quedará con lo que haya segado.
Tadeo miró los brazos largotes del gigante y se dio cuenta que podrían segar con más rapidez que los suyos.
- No, no es justo - dijo.
Pero tuvo que pactar y el gigante se marchó riendo burlonamente. Cuando Tadeo puso a Luisa al tanto de lo acordado, la mujer se quedó pensando un rato.
- Supongamos que una parte de esta cebada tenga los tallos mas duros que la otra parte - dijo -. Costará más esfuerzo cortarla y será necesario afilar la hoz continuamente.
-¡Ah! - dijo Tadeo -,es una suerte que el gigante cabelludo no tenga una mujer tan inteligente como tú.
Tadeo aró su parcela y sembró cebada, mezclándola con semillas de chocho en la parte que le tocaba cosechar al gigante. La cebada creció muy bonita.
El día fijado para la ciega, el gigante cabelludo llegó de madrugada. Tenía en su mano una hoz enorme. Tadeo empezó a cortar la cebada, moviendo la hoz con un gesto amplio y ágil.
El gigante, en cambio, tenía que emplear fuertes golpes, por el tallo leñoso de las matas de chocho. Sudaba y jadeaba, se detenía...
- ¡Parece que los tallos están mas duros por aquí! - gritó.
El gigante le sacaba filo a la hoz y seguía cortando. De vez en cuando, se paraba a secarse la frente con su manga.
-¡Ya no puedo más ¡ -gemía.
- ¡Qué raro! - contestaba Tadeo.
El gigante cabelludo se esforzó nuevamente, moviendo la hoz con energía desesperada. Pero a cada golpe la mellaba más.
Al fin, se desplomó en el suelo lleno de rabia. Se levantó, lanzó al viento un puñado de malas palabras y se marchó a grandes pasos, jurando vengarse al año siguiente, con o sin pacto.
Tadeo y Luisa se felicitaron por su nuevo éxito. Además de la cebada de toda la parcela recogieron el chocho que habían sembrado en la parte correspondiente al gigante.
- Tres años, tres buenas cosechas, y el gigante no pudo quitarnos nada. Mujer, ahora merecemos un descanso y el terreno también - dijo Tadeo con un suspiro y una mirada de satisfacción -. Nos ha resultado tan buena tu idea que en adelante volveremos a sembrar la tierra de la misma forma, empezando con las papas.
El gigante cabelludo no volvió a aparecer y poco a poco los campesinos de la comarca fueron imitando la forma de sembrar de Tadeo y las generaciones siguientes continuaron la costumbre de alternar los cultivos.
Cuento basado en un mito
agrario ecuatoriano
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