LOS HUAiRUROS
Una vez, mi amiga Albertina se fue al monte a buscar semillas para hacerse un collar. Machete en mano, se abrió paso entre las ramas. Deteniéndose de rato en rato, recogía semillas de diferentes formas, tamaños y colores: unas negras, redondas y brillosas como ojos de buey, otras blancas y pequeñas como dientes de leche, algunas amarillas en espiral y... ¡ahí!, en el suelo de un claro del bosque, de donde un guacamayo acababa de volar, vio unas semillas negras con una mancha roja... ¡eran huairuros!
Albertina recordó entonces que las viejecitas de su pueblo decían que el rojo y el negro representan la noche y el día, la muerte y la vida, y que por eso los huairuros dan suerte a quien los lleva. Al recordar la ingenua creencia, sonrió y se detuvo al pie del árbol de huairuros. Las hermosas semillas habían saltado de sus vainas y no había más que recogerlas.
Tiempo después encontré a Albertina en la plaza del pueblo. Era la fiesta de San Juan y había ahí mucha gente. Mi amiga llevaba puestos unos hermosos aretes rojinegros y vendía pulseras y collares de diversas semillas, pero, sobre todo, de huairuros.
--¿Y...? ¿Te dieron suerte los huairuros?-- le pregunté, bromeando.
--¡Claro, claro, mucha suerte! Me han dado trabajo. Ahora los junto para hacer adornos que vendo. Así me gano la vida, ¿ves?-- me contestó apurada, mientras volteaba para atender a unos turistas que se acercaban con curiosidad a mirar sus adornos.
Luis Augusto Silva