BACALAO A LA SHILICAÍNA

En la escuela primaria de Huanchaco -pequeño pueblo de pescadores cercano a Trujillo, capital del departamento de La Libertad- algunos alumnos y alumnas eran de Cajabamba, Chota, Celendín, San Miguel y otras ciudades de Cajamarca. Habían ido allá con sus padres para la construcción del muelle del puerto trujillano de Salaverry. Al terminar las obras, una sequía en la sierra los hizo quedarse un tiempo en los pueblos cercanos a Trujillo.

Una de esas alumnas, llamada Lucía, era “shilica”, es decir, natural de Celendín, provincia cuyos pobladores tienen fama de ser emprendedores, inteligentes y alegres. Así era Lucía. Con ella y sus primas y paisanos nos bañábamos en el mar, pescábamos pejerreyes, jugábamos fulbito en la playa, y en las tardes mirábamos hundirse tras el horizonte marino la enorme bola roja del sol mientras los pescadores huanchaqueños retornaban de mar adentro en sus caballitos de totora.

Una vez, para ayudar a unas familias cuyas casas habían sido destruidas por el río, se organizó una kermés benéfica. Con tal fin, las "shilicas" de la escuela -Rosa Muñoz, Charo Valderrama, Berta Angulo, Yola Villavicencio, Josefina Quiroz, Ana Bazán, Laura Malca, Luz Bautista y Lucía-, debían preparar un plato. Con audacia, decidieron hacer bacalao a la norteña, que es un guiso de toyo u otro pez grande y seco, papa amarilla, alverjitas verdes y sabrosos pimientos rojos, acompañado de arroz con palillo. Los cajamarquinos solían agregarle rocoto, fortísimo ají muy de su gusto y algo parecido al pimiento por su forma y color.

Los profesores y profesoras que se enteraron de la intención de las shilicas, opinaron que preparar ese plato era demasiado difícil para unas niñas. Pero ellas lo habían decidido y se esmeraron en lograrlo. No sólo trataban de recordar cómo era, sino que leyeron recetas y preguntaron a varias señoras. Bueno, naturalmente, lo hicieron, pero en vez de bastante pimiento y un poquito de rocoto, le pusieron poquito pimiento... y mucho rocoto... Y en una gran fuente lo llevaron triunfalmente a la kermés y se instalaron en un quiosco.

Al mediodía se acercó al quiosco el alcalde con un personaje extranjero muy importante que estaba visitando la ciudad. Lucía y Ana, por cortesía, les ofrecieron los primeros platos, en los que brillaban abundantes cuadraditos rojos de "pimiento" entreverados con el arroz amarillo, las papas y el toyo. Al alcalde y al gringo les agradó el gesto gentil de las niñas. Además, sentían hambre y el plato se veía delicioso.

Haciendo alarde bromista de su apetito, el gringo se llevó a la boca una gran porción de arroz con guiso, mientras Lucía y Berta le decían: ­­-Denos su opinión, míster... Díganos qué le parece este plato norteño.

Al mascar los trozos de rocoto, el gringo se estremeció, dejó el plato mientras iba poniéndose morado y abrió la boca y con señas desesperadas y echándose aire con las manos pedía ¡agua, agua, agua!

Rápida, Lucía destapó una gaseosa helada, se la alcanzó.

-¿Qué? ¿Pica mucho...?, le preguntó al alcalde, quien, asustado y divertido a la vez, no sabía qué hacer o decir.

El gringo bebió ruidosamente y a grandes tragos y luego, secándose el sudor y las lágrimas, exclamó resoplando y con fuerte dejo extranjero: -¡Cara... coles!

-No, míster. Es bacalao... Bacalao a la norteña.

-¡Oh, caramba! Mejor decir... "bacalao a la shilicaína", ¡cara... coles! -retrucó, carraspeando, y echándose aire a la boca y desabotonándose el cuello de la camisa pidió una gaseosa más.

Al levantar la cara al cielo para beberla a pico, el maduro turista dejó a la vista su largo, rojo y flaco cuello arrugado en el que a cada trago subía y bajaba la enorme manzana de adán. Lucía y sus compañeras lo miraban asombradas, y cuchicheando se preguntaban apuradas y preocupadas si le cobrarían o no las gaseosas.

Elmo Ledesma Zamora

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