LAS CHOMPAS
En una pequeña ciudad había tres viudas, llamadas Berta, Juana e Inés. No tenían hijos, vivían solas, eran muy pobres. Para ganarse la vida, a cada una se le ocurrió la misma idea: hacer chompas y venderlas en la plaza de armas.
Cada viuda trabajó por su cuenta, sin sospechar que no muy lejos de ahí otras dos mujeres hacían lo mismo. Cada una hiló su lana, la tiñó, tejió sus chompas y las fue a vender en el mercado. Pero a las tres les fue mal. Nadie les compraba las chompas. Así, cada día estaban más pobres.
Lo que pasaba es que doña Juana hilaba muy bien, pero no sabía teñir. Su lana tenía manchas.
Doña Berta hilaba y teñía bien, pero tejía mal. Sus chompas siempre tenían una manga más larga que la otra, el cuello muy estrecho o la cintura muy ancha.
Doña Inés hilaba, teñía y tejía muy bien. Pero no sabía vender. Se sentaba a esperar que llegaran los compradores. Siempre parecía estar triste o enojada. Unas veces pedía demasiado por las chompas y la gente se iba, o vendía bajando tanto el precio que en vez de ganar perdía.
Por eso, casi todos los días, al atardecer regresaban muy cansadas a sus casas, cargando todas sus chompas. Rara vez alguien les compraba una. Así continuaron un tiempo, sin poder explicarse su fracaso, y cada vez estaban más pobres.
La gente comenzó a comentar su caso, y un día una jovencita llamada Mónica se dio cuenta de por qué les iba mal en su negocio. Entonces las buscó, les habló y les propuso aceptarla como socia para trabajar juntas las cuatro.
Después de analizar su propuesta, la discutieron y al día siguiente la aceptaron. Desde entonces, Juana, Berta, Inés y Mónica trabajaron unidas, pero dividiéndose las tareas, de acuerdo con lo que cada una sabía hacer mejor.
Una de ellas se dedicó exclusivamente a hilar.
Otra sólo a teñir.
La tercera tejía solamente.
Y la jovencita Mónica iba diariamente con la mercadería al mercado. Y a las tiendas de las calles vecinas. Y a la plaza de armas y hasta iba de casa en casa. Y así vendía y vendía chompa tras chompa que los compradores decían que -por su calidad y por su precio- eran una maravilla.
Elmo Ledesma Zamora
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Elmo LEDESMA ZAMORA