Relatos IV Ciclo doc | html 

para IV Ciclo de EBR (3° y 4° grados de Educación Primaria)

Por lo general, son niños de la sierra. Muchos hablan quechua y cada día aprenden más castellano. A veces el profesor o la profesora tiene que valerse de uno de ellos, para dialogar con los padres, quienes se expresan mejor en quechua.

Pasó el tiempo y un día, sintiendo que se iba a morir, su padre los llamó y les dijo:

Antiguamente, cuando Dios había creado las rayas, éstas no sabían picar a nadie. Entonces los hombres se burlaban de la raya. Hacían con ella lo que querían. La agarraban con la mano. La sacaban del agua, chapándola de su cola. Así, la pobre raya sufría y lloraba de amargura por no saber cómo defenderse. Y resulta que un día, otra vez comienza a fastidiar ala raya. Entonces, un pajarito que se llama Uri estaba mirando a la raya después que los hombres habían regresado, se habían ido. El pajarito se acercó a la raya y le dijo:

Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba. El sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino, avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada.

Las tuyas prefieren los árboles altos, los jilgueros duermen o descansan en los arbustos amarillos; el chihuaco canta en los árboles de hojas oscuras: el sauco, el eucalipto, el lambras; nunca va a los sauces.

La ciudad se extiende al pie del cerro Acuchimay, en cuyas laderas viven los artesanos tejedores de alfombras, frazadas y tapices de dibujos y colores típicos. De trecho en trecho se ven sus casas, de adobe, tejas y balcones y escaleras de madera sin pintar.

Una vez, en las afueras de un pueblo, tres gallinas se salieron a la carretera. Ahí estaban picoteando, cacareando y escarbando muy tranquilas. En eso apareció una camioneta. Una de las gallinas huyó a la zanja del costado, y otra voló a la tapia del otro lado.

- Toc, toc... Y una cigarra estaba más ufana de su voz y se pasaba toda la noche y también todo el día cantando:

Los primeros piros comían crudos los plátanos, la yuca y todos sus alimentos. La carne y el pescado los asoleaban y así nomás los comían. Pero una noche en que estaban durmiendo cayeron varios rayos sobre algunos árboles y produjeron un incendio. Los piros se despertaron y vieron con asombro que el fuego al producir luz hacía desaparecer la oscuridad, y notaron que su calor entibiaba el frío aire del invierno.

Un sábado en la mañana, Gerardo y su hermano menor se pelearon feamente. Sus amigos nos dimos cuenta porque cuando fuimos a buscarlos notamos que no se hablaban.

Estaba un zorro con mucha hambre cuando logró entrar a una casa donde había un patio con una parra. Allá en lo alto se veían colgando unos deliciosos racimos de uvas negras. Quiso el zorro atraparlos y para ello saltó una y otra vez del suelo a lo alto, tratando de morderlos. Pero por más que saltó no los alcanzó.

Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas. Y todas las mañanas amanece azul, como si un trozo de cielo, durante la noche, se hubiera desmenuzado sobre él.

Un día se encontraron el tigre y el oso hormiguero, y el primero dijo al segundo: -¿Adónde vas, compadre? -Estoy yendo a pasear por allá -respondió el oso hormiguero.

El cordero le respondió de buenas maneras diciéndole: -Pero si yo sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo no le puedo enturbiar el agua que usted tiene allá arriba.

El viento y el Sol disputaban siempre sobre cuál de los dos era más poderoso. Una mañana decidieron que reconocerían como el más fuerte de los dos al que despojase de ropa a unos viajeros.

De pronto el sol comenzó a brillar tras los cerros azules y el zorro detuvo su trote en la cima de una baja colina. Había trajinado toda la noche acercándose a las casas, pero los perros lo habían ahuyentado Estaba cansado y hambriento.

Zambo y Wanka vinieron de lejos. Para hablar más precisamente: los trajo el Simón Robles. Eran muy tiernos aún y tenían los ojos cerrados. Viajaban en el fondo de una concavidad que hizo su conductor doblando la falda delantera de su poncho. Acaso sintieron un continuo e irregular movimiento. Lo producía el trote de un caballo por un largo camino lleno de altibajos.

Cada vez que yo iba al monte, las hallaba muy apuradas buscando semillitas. Tan mansas y despreocupadas se veían que intenté cogerlas. Pero no se dejaban. Cuando, agachándome, tendía los brazos hacia ellas, escapaban volando uno o dos metros y volvían a posarse en tierra para seguir buscando y picoteando invisibles semillitas.

Tras dos horas de descenso llegaron a donde el Yuracmayo ensancha su cauce y sus aguas dejan su blancura espumosa y se ven cristalinas y verdes. Más abajo había islotes pedregosos en cuyo centro arenoso crecían matas de caña brava. Sonaba el río, pero ya no rugía y sus aguas pasaban ondulando lentamente. Ahí se detuvieron. Serían las diez de la mañana y aún había neblina y hacía frío.

Una tarde primavera regresaba yo del campo, cuando de pronto, a la entrada del pueblo, noté que mi perro, que iba adelante, comenzaba a acortar el paso y, después a agazaparse, como si oliera una presa. Al acercarme, vi que al pie de un árbol yacía un pichón de gorrión. Se había caído del nido y se agitaba en el suelo piando desesperado, sin poder volar por tener aún sin plumas sus alas.

La mañana estaba todavía oscura cuando alguien les pasó la voz y les indicó subir a la canoa. Cuando ya todos estaban sentados, la canoa empezó a deslizarse suavemente por el río.

Ésta es una historia que nos cuentan nuestros abuelos. El pájaro carpintero es una de las aves más trabajadoras. Siempre está trabajando, golpeando con su durísimo pico árboles y palos, haciendo huecos para construir sus nidos y también para buscar insectos con que alimentarse.

En la selva las lluvias son diarias y copiosas desde diciembre hasta febrero. En esa temporada es muy difícil y agobiante caminar por el bosque y resulta peligroso navegar en los ríos, cuyas aguas corren crecidas, turbias y turbulentas. La gente de los bosques amazónicos no sale entonces a cazar ni pescar, y se alimenta de las gallinas y patos que cría y de lo poco que cosechan de la chacra más cercana y segura.

Un asno y un caballo avanzaban por un camino conducidos por su amo. El asno iba casi sin carga, y el caballo llevaba una tan pesada que a duras penas la resistía. Por eso, el caballo iba jadeando y le pidió a su compañero que lo ayudase llevando parte de ella.

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sampedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Hace tiempo, cuando mi mamá era chica y tanto mi abuelito como mi abuelita aún vivían, mi abuelito se fue al monte. Mi abuelita dijo:

-¡Qué casualidad! Yo quiero vender un caballo para comprar una vaca. ¡Se la cambio!

Cuando veas una planta de plátanos observa que no crece aislada, sino muy unida a otras. Además, las cuatro, cinco o seis plantas del grupo se diferencian por su tamaño y porque siempre aparece cargada de frutos una de ellas.

Cómo fue descubierta la gimeka (Leyenda del hallago de la yuca como alimento)

LA FERIA DE ANDAVETE Un forastero fue a la feria de un pueblo y todo le parecía pequeño. Todo lo miraba con burla y todo lo criticaba, diciendo que en su pueblo todo era mejor y más grande:

Mientras tanto, Yákako hacía ruido simulando trabajar. Lanzaba al aire grandes piedras que al caer contra el suelo sonaban como si estuviese tumbando enormes árboles.

SEMBRANDO PARA EL FUTURO

TRABAJO DE UN NIÑO EN LA OROYA Muy temprano tomamos desayuno: una taza de agua de toronjil y un puñado de cancha. Después, metí en mis bolsillos unas cuantas papas sancochadas y otro puñado de cancha y avancé hacia la puerta, llevando el costal que me serviría de abrigo en caso de lluvia.

-Ahh... espérate. Oye, chiuche, levántate que han venido pa llevarte a Lima- me dijo mientras abría la puerta.

En tiempo de sequía, cuando las plantas y las flores se marchitaban por la sed, y los verdes campos se secaban hasta ponerse amarillos, la gente le suplicaba a la princesa:

—¡Rica mermeladaaaa... Barataaaa! ¡Rica mermeladaaa, barataaa.

Hace muchos años un campesino llamado Tadeo compró, por unos pocos centavos, un lote de terreno.

Por ahí cerca también vivía un conejo que se pasaba todo el tiempo cometiendo maldades.

Muy tarde, en una noche de verano se acercó a la tienda una mujer y dijo al vendedor: "Por favor, deme caramelos".

El milano hizo una tintura con unas plantas y coloreó sus plumas de marrón. "¡Muy bien! ¡Muy bonito!" se dijo a sí mismo.

Un día, el anciano, al ver a su vecino maltratando a un perrito, se dirigió a él diciendo: "¡No! ¡No lo hagas!"

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos de rozar contra la puerta de la colmena.

Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.

En la mañana de un lunes se le presentó un caballo, con la silla y el bocado puestos y le dijo:

Cuentan los cashinahuas que, antiguamente, hubo una mujer que, llegada la noche, apenas oía el canto del sapo de verano bajaba al río y capturaba al cantor; lo llevaba a su casa y ahí lo cocinaba para comerlo.

—Queremos escuchar la historia del ayaymaman—pidió Gabriela, a quien le decían la Pacuchita por el color castaño de sus cabellos.

En el camino que une la vía del Perené a Pampa Tigre se encuentra un cerro denominado Sachavaca. Se llama así porque antiguamente en esa zona abundaban las sachavacas. Había tantas, que eran un peligro para los viajeros que querían pasar por ahí. Las sachavacas podían atropellarlos corriendo en manada contra ellos y además podían morderlos por intrusos.

El mono lo escuchaba atentamente y le dijo: “Porque eres muy pesado y todos los días comes hormigas, más hormigas, por eso estás muy gordo”.

El chico montó sobre uno de ellos y se fue arreando los otros burros adonde su tío.

Buscando qué comer en un totoral la garza se encontró con un sapito.

En aquel lejano tiempo, las tres hermosas lagunas estaban bordeadas por verdes totorales. En sus aguas abundaban peces, ranas, sapos y aves acuáticas como garzas, parihuanas, zarapitos, patos y los gansos andinos llamados guachguas o wallatas. Cerca de sus orillas crecían las puyas y quishuares, y de la Pampa de Junín subían grandes manadas de vicuñas y guanacos. Tampoco faltaban los zorros y pumas, que bajaban de los cerros de Uliachín en busca de cuyes silvestres, chinchillas y vizcachas.

Algunos de los peces más abundantes y sabrosos de los ríos amazónicos se caracterizan por su peligrosa cantidad de espinas gruesas y finas, grandes y chicas. Por ello, a los foráneos que van a saborearlos les aconsejan hacerlo siempre con mucho cuidado. Es una habilidad que requiere paciencia y estar alerta, por lo cual uno como forastero siempre se admira de que la gente de la selva --inclusive los niños tiernos-- quiten rápidamente con labios y lengua esas peligrosas espinas sin detenerse mientras comen y sin dejar de hablar y reír.

Pasó el verano, llegó el otoño ya no tan cálido, las hojas del árbol comenzaron a amarillearse, se secaron sus flores y fueron cosechados sus frutos. Pero la cigarra siguió cantando alegremente aunque ya no tanto, hasta que al llegar el invierno con el frío, viento, lluvias y nieve, el árbol perdió todas sus hojas. Entonces la cigarra se encontró sola, sin lugar donde vivir a salvo de las inclemencias del tiempo, y sin hojitas verdes, yemas, mosquitas, orugas o siquiera un gusanillo para comer.

Entonces cogió un papel ya inservible, lo mostró a sus alumnos, lo arrugó y lo dejó caer al piso. Es decir, hizo lo que ella nunca hacía, y lo que siempre decía a sus alumnos que no debía hacerse. Luego expresó:

 Después de los meses de enero y febrero que en Santiago de Chuco son de invierno y caen lluvias torrenciales, el patio de tierra de nuestra escuela, cerrado por las vacaciones, se lo encuentra completamente distinto y cambiado, abrumadoramente mágico.

Otra vez el tío Lino y la tía Chuspe se iban también a Cajamarca a la fiesta de Corpus. Ella se había antojado del viaje porque estaba embarazada y como no había otra bestia aparente, el tío tuvo que ensillar una yegua preñada para ella.

Beppo era barredor. Cada mañana, iba antes del amanecer, en su vieja y chirriante bicicleta, al centro de la ciudad, a un gran edificio. Allí esperaba, con sus compañeros, en un patio, hasta que le daban una escoba y le señalaban que calle tenía que barrer. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.

Entre septiembre y abril llueve tanto en la selva que el nivel de los ríos sube varios metros y entonces se desbordan o inundan chacras y pueblos. Cuando los ríos están así, resulta peligroso viajar en lancha, balsa o canoa, porque la embarcación puede volcarse o caer en un remolino o estrellarse contra las rocas de algún pongo o chocar con el tronco semisumergido de algún árbol arrancado de alguna lejana orilla por la fuerza de las aguas. Por eso, en la selva se viaja mucho por avioneta. Es más seguro y más rápido. Un viaje que en avioneta dura quince minutos, en canoa puede demorar una semana.

Cada viuda trabajó por su cuenta, sin sospechar que no muy lejos de ahí otras dos mujeres hacían lo mismo. Cada una hiló su lana, la tiñó, tejió sus chompas y las fue a vender en el mercado. Pero a las tres les fue mal. Nadie les compraba las chompas. Así, cada día estaban más pobres.

Dicen los piros que antiguamente el Urubamba era un río manso y que no existían muyunas. Dicen que eso fue en tiempo de los abuelos de los bisabuelos de sus abuelos.

-Yo puedo tapar el sol. Y se fue volando a cumplir su deseo. El día acaba de empezar. La gente se había despertado. Unos preparaban el desayuno, otros barrían las calles y sus casas, algunos encendían los motores de sus autos y ¡zas! al trabajo, a la escuela, al mercado; cuando de repente comenzó a oscurecer y a hacerse de noche. Entonces todos dieron marcha al revés diciendo:

Formando parte de la fauna del puerto, numerosos perros se confunden entre las algas y aves marinas a lo largo de la playa de Pisco. Se les ve saliendo de los corrales de quincha, desbaratando el frágil encaje de las olas en la arena y sobre todo participando en el juego de los niños, como compañeros fieles e inseparables. Por las noches, se acuestan arrimándose a las destartaladas paredes de los corrales, hechas de caña y barro, y de cuando en cuando quiebran el rumor del mar con ladridos que muerden el viento y se pierden en la lejanía.

Salió apurada rumbo a la iglesia, y aunque en el camino no se entretuvo recién llegó frente a la iglesia el domingo pero ya muy avanzada la tarde.

Recuerdo también el dibujo del cancerbero, que eran un perro con tres cabezas, con las que, por separado miraba, ladraba o mordía a quienes osaran acercársele por cualquier lado.

Un día Jempue estaba cantando mientras iba y venía entre los árboles para chupar el néctar de las flores. Su canto se oía a larga distancia. Mashu, el pájaro paujil, al escucharlo desde el interior de la selva, se preguntó:

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