EL NIÑO DESMEMORIADO

En cierta zona rural no había sino una escuela primaria. Entonces, una familia campesina, cuyo hijo mayor acababa de terminar primaria, decidió enviarlo a estudiar secundaria en un colegio de la capital.

Pasó el año escolar y llegó la Navidad, y con ella las vacaciones. El estudiante regresó a su hogar, y fue recibido con gran alegría por sus padres y hermanos, así como por sus amigos de las chacras vecinas.

El muchacho, en cambio, no parecía muy contento. Se sentía muy orgulloso de su vida en la capital, y parecía menospreciar la vida rural.

Su padre -mortificado por esa actitud y queriendo que se sintiera nuevamente a gusto entre los suyos- le dijo una mañana:

-Hoy empezaremos a segar el trigo, así que busca un rastrillo y una hoz y ven a ayudarme.

El muchacho -que no quería trabajar en una tarea que ahora consideraba impropia de un joven que estudiaba secundaria en la capital- le contestó:

-¿Un rastrillo...? ¿Una hoz...? Yo no sé qué es eso.

-¿Te estás riendo de mí, hijo?

-No, papá. Sencillamente me he olvidado. Tú mismo me has enviado a estudiar secundaria en la ciudad, y allá no se usan esas cosas ni se habla de ellas. Allá es diferente, no están atrasados como acá.

El campesino -sorprendido y contrariado- lo miró pero no le respondió y se fue. El muchacho, aunque lo mortificó la mirada, al verse libre de ese duro trabajo manual empezó a corretear por el patio jugando con su perro.

Y en una de esas carreras pisó los dientes de un rastrillo, cuyo mango se levantó con fuerza y le dio un golpe en la frente.

Al sentir el dolor del golpe, gritó con cólera:

-¿Quién demonios dejó tirado aquí este rastrillo?

Su padre, que en aquel momento pasaba cerca, le dijo:

-¡Ajá! Veo que empiezas a recobrar la memoria. Te felicito y me alegro. Ahora que has recordado lo que es un rastrillo también recordarás lo que hay a su lado, ¿no?

-¿Esta vieja hoz tirada en el suelo?

-Así es, hijo, muy bien. Pero no está tirada, sino caída, pues en tus correrías la hiciste caer así como después tumbaste el rastrillo. Ahora, hijo mío, toma ambas herramientas y ven conmigo a la chacra. Ahí te enseñaré para qué sirven, como tu abuelo me enseñó a mí cuando yo tenía tu edad. Que no te dé vergüenza cultivar la tierra. Al contrario, es un trabajo digno, porque la hace producir y así permite alimentar a mucha gente. Y el estudiar secundaria no es excusa para no trabajarla. Al contrario, pues ahora podrás hacerla producir más, aplicando lo que has aprendido, para alimentar a más gente y para tu propio beneficio.

León Tolstoi

(Versión de Elmo Ledesma Z.)