Lunahuaná

Hace mucho, mucho tiempo, la gente de acá, la gente de Lunahuaná, todos vivíamos casi sólo de la agricultura. Así era hasta hace pocos años. Sembrábamos maíz, zapallos, lechugas, repollos, betarragas y otras hortalizas. También cultivábamos frutales, especialmente nísperos, manzanos, pacaes, paltos, higueras. Y uvas, por supuesto, y cuando se dice uvas también se dice vino y se dice pisco.

Muy pocos se dedicaban a la ganadería. Algunos tenían una que otra vaquita, más que nada por la leche, para los niños y ancianos. Claro, también para tener carne y para hacer un poco de queso, no tanto para vender sino para comer. Pero más que nada se comía entonces mucho pavo, mucho pato, mucha gallina, y todo ello se asentaba con vino blanco, y si era vaca, cabrito o chancho con vino tinto. Se comía también mucho cabrito, que traían a vender los cabreros que bajaban por el valle y las quebradas arreando sus manadas. Esos benditos animales pasaban y arrasaban con todo lo que podían. Usted sabe cómo son las cabras, ¿no? Todo se lo comían: no sólo las plantas silvestres, sino también las ramas y hojas secas, la chamiza, la paja, los papeles, cartones, trapos y hasta zapatos viejos.

Llegaban los cabreros arreando apurados sus manadas de cabras que bajan casi corriendo y al paso se comían todo lo que hallaban a su paso. Devoraban todas las plantas silvestres de los cerros y la que crece a los costados de los caminos y al lado de las acequias. Muchas veces también se metían a una chacra de alfalfa, de lechugas, de repollos, a un maizal, a un viñedo, a un parral o a una huerta. En esos casos arrasaban con todo o por lo menos hacían terribles daños y destrozo antes que los dueños de las chacras y huertas, los vecinos o los mismos cabreros se dieran cuenta. Los cabreros eran gente ruda armada con garrotes y que vivía sólo con sus perros y cabras por los cerros y dormía al aire libre, así que a la gente de acá no dejaba de darles miedo, pero de todos modos a gritos, palazos y pedradas sacaba de sus propiedades a los dañinos animales y hacía irse lejos a los cabreros.

Hubo muchas peleas por eso, entre los cabreros y los chacareros. Era una continua pelea. Hasta muertos hubo, de cabreros, por supuesto. A pesar de ello, éstos todos los años regresaban, desafiantes, como gente nómada de la antigüedad, arreando sus rebaños errantes de cientos de cabras. Eso ocurría especialmente a partir de mayo, cuando los cerros y lomas de por acá comenzaban a verdear al llenarse de pasto y de muchas plantas silvestres. ¿Usted no ha visto cómo se ponen las lomas que están al sur de acá en el invierno? ¿No ha visto qué lindas se ven?

Pero en Lunahuaná la gente era buena, generosa, cristiana, y comprendió que los cabreros no eran malos, sino que la necesidad los empujaba a ir por los cerros y quebradas buscando comida para sus animalitos. Pasan su vida en el campo, señor, durmiendo al lado de sus cabras.

De eso vivían los cabreros. Criando cabras y vendiendo cabritos y queso de cabra, que es muy rico, por supuesto. Pero ese queso la gente no lo compraba mucho. La gente le tenía miedo a ese alimento, porque en ese tiempo muchos se enfermaban con la fiebre malta, por comer ese queso cuando había sido hecho con leche de un animal enfermo.

La gente de acá tomaba por eso sus precauciones, desde antiguo. Antes de comprar ese queso averiguaban si no había habido cabras enfermas por esas quebradas. De eso se daban cuenta porque entonces los parientes de los cabreros bajaban a la costa para ir a San Vicente a comprar medicinas para las cabras. Por eso, la gente de acá procuraba no comer crudo ese queso, sino bien cocido, especialmente en locro. Para usarlo como ingrediente de este plato lo cortaban en forma de dados y lo entreveraban con grandes tajadas de zapallo macre, papa amarilla pelada que se deshacía como puré, y también jugosos y blandos granos de choclo tierno, cuadraditos de zanahoria, muchas alverjitas y habas verdes, y por último algunas hierbas, como culantro, perejil y hierba buena, para darle mayor sazón.

Para defenderse de los destrozos que las cabras causaban en los cultivos, nuestros antepasados desde entonces comenzaron a cercar sus chacras, huertos, parrales y viñedos. Primero parece que levantaron tapias pequeñas, pero al ver que las cabras las saltaban decidieron hacerlas más altas. Después hasta sembraban cactus y otras plantas espinosas sobre ellas, especialmente si eran de poca altura.

También entonces los cabreros comenzaron a ser más cuidadosos, y procuraban que sus animales no se metieran en las propiedades, que sólo comieran las hierbas silvestres. Parece que lo lograron, y terminaron llevándose bien con la gente de Lunahuaná.

Esto sucedió cuando aún no existía la carretera. En ese tiempo no venían turistas, ni visitantes. Nadie de otras partes venía entonces para quedarse por acá. Sólo llegaban de paso los cabreros. Bajaban de la sierra, en los meses que llamábamos la temporada de los quesos. También pasaban por aquí viajeros a caballo o a mula que bajaban de la sierra con rumbo a Lima, a Cañete, a Chincha o a Ica.

También pasaban por aquí algunos ganaderos o traficantes de ganado y hasta abigeos, arreando reses hacia San Vicente. Pero mayormente además de los cabreros, pasaban sembradores de manzanas y melocotones, así como comerciantes que en caravana subían a las ferias de Pacarán, Chocos, San Lorenzo, Catahuasi y otros pueblos, hasta Yauyos.

Toda esa gente que iba y venía al pasar por Lunahuaná, cuando se detenía, se alojaba en un modesto tambo o en la casa de un amigo, pariente o conocido.

Por eso, mi último abuelo, mi abuelo paterno, -que de Dios goce- poco antes de amanecer muerto el día de Corpus Cristi de 1985 a los 103 años, nos contaba que la vida de Lunahuaná había cambiado mucho, que era muy diferente de cuando él era niño, adolescente y hasta hombre adulto. Nos hizo notar que ya en 1960 mucha gente había comenzando a vivir de dar servicio a los viajeros, turistas y visitantes que comenzaban a llegar los fines de semana y en las fiestas, y que también iba a comprar frutas y vinos. Desde entonces ha aumentado mucho la gente que ahora aquí vive de dar alojamiento en pequeños hoteles y hostales, y de ofrecer comida y bebidas en pequeños bares, cafeterías y restaurantes.

A pesar de tantos cambios, Lunahuaná en el fondo sigue igual. Quiera el Señor que todo cambio que en él haya sea para bien, sin que se dañe su gente, su clima, su paisaje, sus frutas ni sus vinos.

Ricardina Solís Munive (71 años)

(Recopilador: Elmo Ledesma Zamora)

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