EN EL DESIERTO DE OLMOS

El viejo talador de espinos para carbón de palo

cuelga en el dintel de su cabaña

una obstinada lámpara de querosene,

y sobre la arena

se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.

Este es nuestro pequeño espacio de confianza.

Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,

nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,

los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra

y que hoy son para su propio y vivo miedo:

La imaginación trabaja sola, aun en contra.

La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita

y la desangra sobre un cacharro indigno,

y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.

Rápida es olorosa

la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.

el viejo la destaza y comemos

y el perro espera paciente los delicados huesos.

Impensadamente

arrojo los huesos fuera de la luz

y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.

Desde la oscuridad aúlla estremecido

y seguramente queriendo alcanzar

entre la inestable arena

con ansia

nuestro pequeño espacio de confianza.

Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,

el perro

también es paisano.

José Watanabe